El problema de la inflación se está achacando, desde el gobierno, a la subida de los precios de la energía, a la guerra de Ucrania, a los cuellos de botella en sectores estratégicos a consecuencia de la pandemia… pero seguramente la razón de fondo esté, como pasa siempre en este tipo de fenómenos económicos, en el aumento del dinero en circulación alimentado por los Bancos Centrales espoleados a su vez por los políticos a uno y otro lado del atlántico. Se trata de un fenómeno de ‘inflación política‘.
La Crisis Financiera de 2008 también está en el origen del problema. Entonces la FED decidió combatir el peligro de estanflación aumentando la Oferta Monetaria y bajando los tipos de interés y lo mismo hizo el BCE en Europa a partir de 2011. A mayor abundamiento, a partir del 2015 el BCE, con Draghi a la cabeza, inauguró la “expansión cuantitativa”, esto es, el incremento sin contemplaciones de la Oferta Monetaria, la reducción al 0% de los tipos de interés y la monetización, también al 0%, de la deuda pública de los países miembros. Con estas acciones y manteniendo la velocidad de circulación del dinero perseguían el crecimiento económico buscado por los políticos aun a costa de tensionar los precios. El problema aparece cuando esa inyección de dinero no se realiza ni en la cuantía ni en el momento precisos, ya que entonces no habrá crecimiento pero sí inflación. Ahora toca hacer, lógicamente, la ‘moviola’ con acierto para evitar la recesión y por eso ya estamos viendo subidas de tipos a ambos lados del atlántico.
Por otro lado, la subida de la energía se debe fundamentalmente a cuatro factores: (i) a la falta de inversión para mejorar la producción desde los combustibles fósiles y la nuclear, de modo que puedan complementar a las ‘renovables’ cuando no están operativas; (ii) a la guerra de Ucrania, que ha disparado los precios del gas al representar Rusia el 40% de las compras de Europa; (iii) al sistema marginalista de fijación de precios de la electricidad que utiliza la UE, que ha reventado al reventar el precio del gas, extremo que luego se ha trasladado, a través del sector transporte, a todos los bienes de consumo, y (iv) a la depreciación del euro, ya que la energía, como la mayor parte de las materias primas, cotiza en dólares. No obstante, el gran factor desencadenante han sido los políticos que han obligado a los Bancos Centrales a abandonar su imprescindible neutralidad en la vigilancia del equilibrio económico para pasar a intervenir la economía con medios no convencionales en pos del crecimiento y al margen del equilibrio presupuestario para favorecerles esencialmente a ellos: a los políticos. Esto se aprecia con claridad cuando revisamos el balance consolidado del Eurosistema que (i) a finales de 2014 sumaba 2.208.253M€ mientras, en septiembre de 2022, estaba en 8.759.120M€ (antes del comienzo de la pandemia, en 2019, ya se había doblado: 4.671.425M€); (ii) la Oferta Monetaria (M3), que suma el dinero en metálico, los depósitos a plazo hasta los dos años y las tenencias de determinados fondos y facilidades crediticias, creció un 35%, del 14 al 19, y un 23%, del 20 al 22, alcanzando los 16B€; (iii) la cartera de activos, esto es, la deuda del Sector Público y las obligaciones del Privado, pasó de los 366.511M€ del 14, a los 5.109.522M€ del 22; y (iv) los préstamos del BCE a los bancos, pasaron de 630.341M€ en el 14, a 2.120.801M€ en el 22. Todo esto ha provocado un aumento del dinero en circulación de 6B€, entre 2016 y 2022, mientras el PIB del periodo creció menos de la mitad (de los 10.13B€, del 14, a los 12.38B€, del 21). Además, las entidades crediticias del Eurosistema se han convertido en una suerte de filiales del BCE porque ahora ya sólo dan crédito cuando el BCE les abre una línea de préstamo, porque han sido incapaces de funcionar con los tipos en el 0%, paralizando el crédito tradicional.
Luego, la crisis por la pandemia se defendió como la anterior, pero esta vez las familias y las empresas aumentaron sustancialmente su ahorro ante la imposibilidad de gastar lo necesario y/o lo deseado atendida la parálisis económica mundial. Ahora, en 2022, ya sin pandemia, se ven los efectos de la desastrosa política aplicada, de la irresponsabilidad de los gobiernos y de la complacencia del BCE. Afortunadamente, la parálisis económica y la restricción del crédito por parte de los bancos hicieron que la subida de precios se contuviera en la Eurozona entre 2014 y 2020 (7%), pero a partir del 21, con la demanda al alza, los precios se dispararon acumulando un 22% de subida entre 2014 y 2022, frente a una subida del PIB tan sólo del 9,1% en el mismo periodo (del 14 al 21). Ahora, el denominado Plan para la Recuperación de la UE (750.000M€), financiado por el BCE, tampoco ayuda a rebajar la Oferta Monetaria en la eurozona y, en consecuencia, la inflación.
En definitiva, que las garras de los políticos en la economía han facilitado la expansión desmesurada del balance del Eurosistema, doblando su tamaño en apenas tres años, y ahora resulta muy complicado reducir ese volumen máxime cuando ya no contamos con la independencia y neutralidad de un BCE que vendió su alma bendiciendo la compra de deuda pública sin límite para que esos políticos pudieran aumentar el gasto público sin preocuparse por cómo se financiaba, disparando la deuda pública (en España ha pasado del 100% del PIB en el 19, al 117% en el 22) y el populismo. Ahora, cuando cada estado miembro se tiene que enfrentar a algo tan castizo como que ‘cada palo aguante su vela’, al tener que acudir solitos al Mercado para colocar su Deuda, las diferencias económicas entre los 25 países que tienen el euro como moneda pueden llevarnos a una nueva crisis tanto política como económica en el seno de la UE, acrecentando las diferencias entre el Norte y el Sur porque, en el fondo, cuando las decisiones políticas se alejan de la neutralidad y la prudencia, terminan por convertirse en problemas que, para algunos países como España, pueden ser casi insolubles. Veremos.