Como venimos apuntando en esta serie de crónicas pseudojurídicas, España a día de hoy sólo tiene una cosa: ¡muertos! Muchos muertos, muchos, que se van acumulando inexorablemente, sin solución de continuidad, y que despertarán tanto en nuestros corazones como políticamente cuando salgamos de este cautiverio anticonstitucional al que el Desgobierno Comunista nos ha condenado sin ninguna base para ello puesto que, aún a día de hoy, carece de la información básica tanto para haber acordado un confinamiento racional y lógico -teniendo que optar por hacer tabla rasa con el confinamiento total- como para acordar ahora un desconfinamiento ordenado. Todo mentira. Todo improvisación. Todo ruina.
En este mes y medio de inclasificable confinamiento -cuatro meses ya desde el comienzo de la crisis- no nos ha faltado de nada en cuanto a ocurrencias, a contradicciones, a rectificaciones y en cuanto también a mentiras de todos los tipos, tamaños y colores… pero ha aparecido algo nuevo, una nueva frontera para la todopoderosa y expansiva ideología de género, tan campanuda y penetrante hasta precisamente el 8-M día en el que estalló la crisis por el coronavirus chino en España. Sigo hablando de los muertos, sí, de esas 60.000 almas que al final de esta pandemia habrán encontrado inmerecido descanso en el suelo patrio a consecuencia de la nula gestión realizada por el Desgobierno Comunista. Sí, porque las 60.000 víctimas que se acumularán al final de esta crisis no tienen género, ¡nadie habla de muertos y de muertas! porque la ridícula diferenciación con la que hasta ahora se nos machacaba día tras día ahora no tiene ninguna gracia. ¿Dónde están las muertas? ¿Por qué las habéis escondido también?
El descubrimiento de la “familia monomarental” siquiera ha supuesto un pequeño bálsamo en nuestras conciencias desasosegadas por la infame discriminación sufrida por esos 60.000 fallecidos a los que el heteropatriarcado ha condenado a desaparecer negándoles, además, su merecido género. ¡Qué atropello! Cómo se aprovecha cualquier situación de debilidad –debemos seguir atentos camaradas- para atropellar un derecho de género que tanto y tanto bien está haciendo por la sociedad española.
Todo esto me lleva a pensar que ha llegado el momento de dejar de aplaudir y comenzar a gritar contra tanto despropósito para ver si entre todos conseguimos mandar a tomar por culo a estos putos ineptos, mentirosos y ladrones (disculpen este ejercicio final de libertad de expresión a lo Marlaska y Podemos).