La inflación es un fenómeno monetario que siempre estará presente con independencia de que el IPC recoja o no sus variaciones. La crisis de 2008 –en la que nos encontramos aún, aunque luego se haya complicado con la pandemia por el coronavirus chino- estalló cuando se pinchó la burbuja de unos activos engordados artificialmente por los Bancos Centrales durante la década anterior. Tras el crash no hubo corrección sino huida hacia adelante con políticas monetarias cada vez más expansivas combinadas con políticas fiscales igualmente expansivas y así hemos llegado hasta nuestros días en los que ya se empiezan a sentir con fuerza sus efectos: un IPC creciente mientras el PIB se ralentiza. Estas señales deberían bastar para poner fin a ese tipo de políticas y hacer exactamente lo contrario -dentro de lo que permita la financiación de la descomunal Deuda Pública acumulada, con muchos países por encima del 100% de su PIB- si de verdad queremos evitar una nueva crisis general que nos machacará a todos.
La «expansión cuantitativa» llevada a cabo por los Bancos Centrales, cargando sus balances con títulos de deuda soberana y de otros activos públicos (también privados auspiciados por los políticos) cuya calidad disminuye a medida que los tipos de interés son artificialmente reprimidos (llegándose, inclusive, al absurdo de los tipos negativos), ha distorsionado hasta tal punto el mercado del crédito, cuya demanda debería depender de la economía privada, ajustando ahorro e inversión con criterios de competitividad y productividad, al dedicarse a financiar abusivamente muchas políticas arriesgadas o inútiles aprovechando la abundancia de crédito creada por su decisión de seguir imprimiendo dinero, que ha terminado por descomponer la estructura productiva de la mayoría de los países generando un gran problema de dopaje económico que, de no corregirse, desembocará a buen seguro en otra gran crisis.
¿Por qué no lo corrigen ya? Porque los Bancos Centrales dependen de los Políticos y éstos no se guían exclusivamente por el interés general sino, las más de las veces, por el suyo propio por lo que la intervención real se demora en una suerte de “juego del globo caliente” en el que el gobierno de turno –al final, siempre la PPSOE- desarrolla sus políticas al margen del mercado y sigue jugando con la esperanza de que el globo de la economía le explote al siguiente y así llevamos muchos años aunque ahora el globo está ya demasiado hinchado (hace años Rajoy logró una histórica mayoría absoluta gracias al sentido común del pueblo español para que pudiera parar el juego e intervenir estructuralmente la economía pero a la PPSOE no le dio la gana y prefirió seguir jugando con nuestro futuro porque el suyo, el de los imperantes y su séquito, está convenientemente garantizado). Así las cosas, el dilema actual para los Bancos Centrales es si deben cortar la expansión monetaria, subir los tipos y controlar la inflación a riesgo de provocar una recesión o seguir adelante hasta que todo explote.
Hay que entender que están tan molestos como sorprendidos porque hasta hace poco parecía posible la cuadratura del círculo con una inflación controlada y un buen crecimiento a base de dopaje monetario junto con un precio oficial del dinero en el 0% y con los interbancarios, los depósitos y los tipos de financiación de la deuda soberana en negativo. Nadie reparó, no obstante, en que ese equilibrio artificial no era fruto de un mercado sano y libre sino de la brutal intervención expansiva iniciada por los Bancos Centrales a raíz de la crisis de 2008 para dar margen a que los gobiernos realizaran las reformas estructurales profundas que cada país necesitaba pero que, siguiendo con el juego del globo, casi ninguno acometió. Ahora se nos viene la tormenta perfecta cuando se junten el huracán de las reformas pendientes con el huracán inflacionario y de Deuda Pública mientras el BCE, dirigido por los políticos, aún no se atreve a intervenir (aplaza su decisión de subir los tipos) otros más decididos como la FED (que ya está recortando liquidez y anuncia tres subidas de tipos para este año) o el Banco de Inglaterra (que ya ha subido tipos en 25 puntos básicos) lo están haciendo ya.
La creciente inflación -fruto necesario del dopaje monetario- se está disparando por culpa además de una incomprensible política energética europea por la que se restringen las fuentes de energía fósiles, en el camino ilusorio de la descarbonización porque la UE no supone ni el 10% de las emisiones mundiales de CO2, mientras tampoco se acepta la alternativa nuclear con el resultado de una menor oferta, de un mayor coste energético, de una mayor dependencia y del traslado de esa inflación energética al resto de la economía porque la energía está en la base tanto de los factores de producción como del transporte de todos los productos, por lo que la espiral de precios está servida y ha venido para quedarse atendido que la impresión indiscriminada de dinero impide el ajuste natural del mercado. El efecto final de todo esto (política fiscal expansiva e inflación creciente) es un menor crecimiento que se trasladará a los salarios que se verán devorados tanto por los impuestos como por la inflación haciendo cada vez más patente la sensación de pobreza que empezamos a observar. La bomberada de pretender combatir esto último subiendo artificialmente los salarios –como quieren los Sindicatos- sólo serviría para mantener a la demanda artificialmente alta impidiendo con ello controlar la inflación motivo por el que el indicador adelantado ya la sitúa en el 6,7% interanual.
Más pronto que tarde el BCE tendrá que intervenir para cumplir con su objetivo de controlar los precios e impedir que ese “impuesto a los pobres” que es la inflación erosione de forma importante tanto el poder adquisitivo de las familias como la competitividad de las empresas comprometiendo el crecimiento de la zona euro ya que también afectará a los mercados financieros en los que se espera un encarecimiento de la deuda pública que podría poner en tela de juicio la solvencia de muchos países. Mientras todo eso ocurre, la subida de precios llegará al resto de los mercados porque las empresas no podrán aguantar mucho más tiempo a costa de sus márgenes (estamos viendo incrementos en los precios industriales del 33,1% y del 24,4% en los precios de importación frente a ese indicador adelantado del IPC que sólo recoge un 6,7% de incremento para el precio final) y será entonces cuando ya no se pueda controlar porque el recorte de márgenes supondrá una menor capacidad de las empresas para todo, lo que antes o después se traducirá en una rebaja de las valoraciones bursátiles que dificultará sobremanera la financiación de todas las empresas que tendrán que competir con los tipos al alza de las emisiones de deuda pública por lo que tendrán que ofrecer rendimientos que a lo peor no pueden lograr. Un desastre en toda regla.
Empero, ¿un desastre para todos? Sí pero no, porque ya hemos visto en la entrada anterior de este Blog (impuestos por las nubes y servicios por los suelos) como en plena crisis la AEAT va a batir su record de recaudación de 2007 –el punto más alto de nuestra economía justo antes del crash de 2008- con un incremento de casi el 15% respecto a 2020 con la ayuda de la inflación que, en principio, podría aliviar el servicio de la Deuda pero que a la larga terminará por hundirnos a todos. Ahora veremos muchas maniobras de todo tipo y mucha propaganda, pero lo más cierto es que los Bancos Centrales -particularmente el BDE por la experiencia inflacionista que padeció Alemania tras la Gran Guerra- se crearon específicamente para controlar la inflación y si eso ya no es posible por la irresponsabilidad de nuestros políticos entonces podemos darnos por perdidos.