El Juzgado de Primera Instancia Nº 46 de Madrid acaba de condenar en primera instancia al BANCO SANTANDER –que ya ha anunciado su apelación ante la AP de Madrid- a pagar 68M€ a Andrea Orcel por su fichaje fallido como consejero delegado de la entidad presidida por Ana Botín, al concluir que el contrato firmado por las partes en septiembre de 2018 fue legal y firme y que su ruptura, cuatro meses después, antes incluso de que tomara posesión del cargo, fue «unilateral e injustificada« por parte del banco.
El juez se apoya en los numerosos mensajes privados intercambiados entre Botín y Orcel –que ahora es el CEO de UNICREDIT- durante todo el proceso del fichaje -que duró meses- y que ponen de manifiesto que ambos ejecutivos eran buenos amigos y que fue la propia presidenta del Santander fue la que impulsó su contratación para culminar el proceso de relevo en la cúpula tras el controvertido fallecimiento de su padre. La propia Botín presumió de su incorporación «de forma especialmente elocuente» en Twitter un día después de anunciarlo a los inversores diciendo: «Es una gran noticia que Andrea se una a José Antonio [actual consejero delegado del banco] y a mí para llevar a cabo nuestra visión«.
El acuerdo entre las partes incluía que el SANTANDER pagaría un máximo de 52M€ a Orcel para compensar la retribución diferida y los bonus que no iba a recibir de UBS por abandonar el grupo suizo donde era jefe de inversiones a nivel europeo y, aunque existía la posibilidad «de que Orcel podría percibir algunos de esos incentivos» que minorarían el coste del fichaje para el SANTANDER, finalmente UBS fue estricto y renunció a colaborar en el abono de su indemnización, haciendo recaer sobre el SANTANDER todos esos costes. La sentencia recoge los numerosos correos y whatsapps girados entre ellos para mantenerse al día sobre el proceso de salida que se iniciaron incluso antes de que firmaran el contrato y en uno de esos correos, concretamente en el remitido por Botín a Orcel el 10.09.2018, se lee: «Hay una línea que tenía reservada para Axel [ Weber, presidente de UBS]: si deciden que no te pagan nada porque somos competidores entonces es bueno saberlo y que no pueden ser asesores estratégicos nuestros -eso es irrefutable y una manera elegante de decir las cosas-“.
El juez también destaca la aprobación del contrato por parte del Consejo de Administración del SANTANDER y su anuncio a través de diversos medios de comunicación, extremos que confirman el fichaje y que hacen efectivo el nombramiento, rechazando los argumentos del banco en torno a que en realidad lo que aprobó la cúpula del SANTANDER fue sólo una «carta-oferta» que, en todo caso, debería ser luego aprobada por la Junta General de accionistas. El juez, sin embargo, lo tiene muy claro y concluye que «de todo lo anterior puede concluirse que, en definitiva, el contrato fue resuelto de manera unilateral e injustificada por parte de Banco Santander«.
Así, los 68M€ que recoge la condena incluyen 17M€ en concepto de bonus de incorporación; 35M€ por «asunción de incentivos a largo plazo» (Orcel ya había rebajado en la negociación previa a 29M€ esta petición); 5,8M€ por la retribución de los dos ejercicios en los que estuvo en paro y otros 10M€ por «indemnización por daños morales y reputacionales” ya que el anuncio de la suspensión de su fichaje pudo producirle «una considerable frustración, desasosiego, incertidumbre y un cierto descrédito en el ámbito bancario«. Y todo ello, más intereses (el legal “más dos puntos”) y costas. Un roto por su sitio para la soberbia de un SANTANDER que debió negociar ya que sabía perfectamente que rompía el contrato de forma unilateral cuando vió que tendría que pagar la fiesta el solito y que ahora tiene su merecido. Creo que el juez acierta en el sentido de que es claro que el SANTANDER intentó jugar con dos barajas –tiene costumbre- para fichar a Orcel con dinero de UBS (parecido a que Messi jugara gratis) y cuando los suizos dijeron nones, al SANTANDER no se le ocurrió otra cosa que saltarse su propio contrato con la vaga excusa de la “carta-oferta”. ¡Qué majos! Que no harán luego con sus clientes.